viernes, 12 de agosto de 2011

Igualdad de posiciones. Igualdad de posibilidades.

En abril de 2011 fue publicado por Siglo XXI el libro del sociólogo francés François Dubet "Repensar la Justicia Social". Confieso que, sin conocer demasiado el trabajo de este autor y habiendo leído algunos reportajes (en Clarín y en Ñ), me sedujo la provocadora bajada de título “contra el mito de la igualdad de oportunidades” y la contratapa, que sintetiza el planteo del trabajo: existen dos modelos para alcanzar la justicia social, el que busca la igualdad de posiciones y el que pretende garantizar la igualdad de oportunidades.
“Nadie podría estar en contra de estos modelos, ya que una sociedad democrática debería combinar la igualdad fundamental de todos sus miembros y las justas inequidades que surgen del esfuerzo y el talento personales. Sin embargo, los responsables de la acción política deben dar prioridad a uno u otro”.

            Después de esto casi no tenía dudas de que la lectura del libro sería urgente y  apresurada, como de hecho ocurrió. A continuación desgrano algunas de las cuestiones que subrayé y que creí entender.

            Como señalé, para Dubet existen dos modelos que buscan la justicia social: el de igualdad de posiciones y el de igualdad de oportunidades. Ambos persiguen el logro de una sociedad más igualitaria y, en último término, los dos intentan reducir la tensión fundamental que existe entre la afirmación de la igualdad de todos los individuos y las inequidades sociales nacidas de las tradiciones y de la competencia meritocrática. Sin embargo estas coincidencias no nos dispensarían de tener que elegir un orden de prioridades. Porque, y esto intenta contestarlo más adelante, para el autor toda sociedad debe determinar un orden de prioridades entre ambos modelos.
Aunque pretendidamente general, el libro hace eje en la realidad francesa: por eso tiene un lugar central en el análisis el papel de la Escuela Republicana en el logro de la igualdad.

            Veamos que significa para Dubet el modelo de igualdad de posiciones.
La igualdad de posiciones apunta a la estructura social y a la posición de los individuos en la misma. Aunque no lo plantee tan claramente, resulta indudable que este modelo toma como eje la clase social y, a partir de ella, los ingresos y las condiciones de vida de los individuos en virtud de dicha pertenencia. De esta forma, la igualdad así concebida intenta reducir la brecha entre las posiciones (clases), aún a costa de que la movilidad social de los individuos no sea una prioridad.
La igualdad de posiciones resulta indisolublemente unida a la consolidación de los derechos sociales con el surgimiento del estado de bienestar, que extendió y universalizó las adquisiciones sociales. Desde esta postura, la justicia social no es solamente una cuestión moral y de compasión hacia los más pobres; es una legítima redistribución de la riqueza que busca compensar el hecho de que la fortuna de algunos se generó y reposa sobre la explotación de la mayoría, que son fundamentalmente la clase obrera. El desarrollo de un estado de bienestar poderoso genera sociedades con posiciones más cercanas y, por esta razón, globalmente se encuentran menos afectadas a las desigualdades.
            En el esquema de la igualdad de posiciones
“si se da prioridad a los reclamos por la igualdad social, no es sólo porque los individuos sean fundamentalmente iguales, sino también y sobre todo porque los trabajadores contribuyen a la producción de la riqueza y del bienestar colectivo y, por eso, la sociedad les debe algo” (p. 25).

Sin embargo este modelo ha demostrado, en momentos de crisis, que es profundamente conservador: busca que las posiciones o las clases estén mejor, que no exista una fuerte diferencia entre ellas, pero no permite necesariamente la movilidad entre los integrantes de las diferentes posiciones. Por esta razón la Escuela Republicana intenta crear una identidad común en donde no podrían existir políticas específicas hacia los migrantes, porque estos son convocados a fundirse en la clase obrera (como posición) antes de diluirse en la nación.
Además, si bien favorece a quienes tienen una posición, no incluye a aquellos que no pueden acceder a alguna o que, producto de la propia crisis, resultaron excluidos del sistema. La igualdad se circunscribe a los incluidos, mientras que se observan desigualdades dentro de las posiciones o en relación a aquellos que no pueden acceder al mundo del trabajo. Es por esta cuestión que su éxito/fracaso depende de la posibilidad de generación de empleo. Y entonces
“cuando el modelo de la igualdad de posiciones se fisura, aparecen en la conciencia desigualdades que no son nuevas, pero que parecen tales porque se las mide y porque existe un apego cada vez mayor a la igualdad fundamental de los individuos. En los márgenes de la igualdad de las posiciones – y a veces esos márgenes se vuelven mayoritarios – se constituyen grupos que se definen como minorías más o menos discriminadas y cuya lista a priori es más o menos infinita: regiones desfavorecidas, generaciones, clases etarias, poblaciones diversas, etc. Mientras que el movimiento obrero ve como se reducen sus bastiones tradicionales, emergen nuevos actores que reclaman menos la igualdad de las posiciones que la igualdad de las oportunidades para acceder a todas las posiciones” (p. 38).
Impecable.

En el modelo de igualdad de posiciones, una vez alcanzados sus presupuestos básicos, los pobres son desempleados y excluidos antes que explotados.


Veamos ahora qué significa para Dubet el modelo de igualdad de oportunidades.
La igualdad de oportunidades implica una lucha contra la discriminación. Mientras que la igualdad de las posiciones está asociada a las clases sociales, la igualdad de las oportunidades define grupos sociales en términos de discriminaciones y de desventajas. La igualdad de oportunidades tiene como objetivo ofrecer a todos la posibilidad de ocupar las mejores posiciones en función de principios meritocráticos, del esfuerzo y de la competencia.
“Quiere menos reducir la inequidad entre las diferentes posiciones sociales que luchar contra las discriminaciones que perturbarían una competencia al término de la cual los individuos, iguales en el punto de partida, ocuparían posiciones jerarquizadas” (p. 12).

           Las desigualdades son tolerables en tanto producto de la libre competencia entre individuos y siempre y cuando se garantice a los mismos iguales condiciones de inicio y procesos exentos de discriminaciones arbitrarias. Para el autor la sociedad de las oportunidades ubica a los individuos en una competencia continua (casi deportiva), porque moviliza el trabajo y el talento de todos, es una dinámica más que un orden (p. 61).
Si la igualdad de posiciones está vinculada a una representación de la sociedad más relacionada con las clases y estamentos, la igualdad de oportunidades refiere a la idea de grupos sociales desaventajados, en general minoritarios (aunque no siempre: "obreras o ejecutivas, las mujeres son discriminadas"). En la igualdad de oportunidades la pareja explotación/ trabajo deja su lugar a la pareja discriminación/ identidad.
"Mientras que una crítica conducida en nombre de las posiciones denuncia las brechas en los salarios que separan los ingresos de los dirigentes de los ingresos de los asalariados más modestos, la crítica ejercida en nombre de la igualdad de oportunidades denuncia la endogamia social de los grupos dirigentes en los cuales las mujeres y las minorías visibles no se encuentran suficientemente representadas" (p. 55).

Este modelo, en el mejor de los casos, define un piso para los ingresos, pero no limita los más elevados, cuestión que aumenta la brecha entre las posiciones.
"En los hechos, la igualdad de oportunidades reposa sobre una concepción estrecha del principio rawlsiano de la diferencia. Este principio exige que las desigualdades engendradas por la competencia meritocrática no sean desfavorables para los más desprotegidos. Cuando el salario básico se separa demasiado de los ingresos más elevados, la riqueza de los ricos no sirve a los más desfavorecidos, que se ven bloqueados en las redes de la seguridad" (p. 75).

Y agrega, en un párrafo revelador para nuestra actual situación social,
“mientras que los "derechos adquiridos" (llámense salarios en negociaciones paritarias) del modelo de las posiciones son ajustados en relación con la riqueza global, las redes de seguridad, en cambio, no impiden la profundización de las desigualdades" (p. 75).

El modelo de igualdad de oportunidades es meritocrático y de competencia, y cuanto más igualitariamente estén repartidas las oportunidades, más se convierte cada uno en un micro emprendedor a cargo de sí mismo, responsable de su propio éxito o fracaso.
Por otro lado, en la igualdad de oportunidades, el éxito individual en general no se traduce en una promoción del grupo social al que esa persona pertenece. No existe promoción colectiva.


            ¿Y qué modelo prefiere Dubet?
Para el autor primero hay que atacar las desigualdades sociales. Luego viene lo demás. Por eso considera que debe priorizarse la igualdad de posiciones, porque entiende que el mismo "es el más favorable para los más débiles y porque hace más justicia al modelo de las oportunidades que ese mismo modelo" (p. 95).
Si bien no duda en afirmar que lo ideal sería combinar ambos principios, esto no siempre es posible pues los dos modelos de justicia, igualmente deseables y criticables, producen efectos concretamente opuestos y corresponden a representaciones de la vida social también opuestas entre sí.
¿Por qué? Porque las desigualdades sociales degradan la vida colectiva, rompen los lazos básicos de pertenencia y solidaridad.
"Los más ricos son tan ricos que ya no se sienten ligados a las sociedades en las que viven, mientras que los más pobres se sienten rechazados por esa misma sociedad que culpabiliza a las víctimas y las acusa de ser responsables de su miseria" (p. 97).

La igualdad relativa entre las posiciones, que es en realidad la cercanía de ingresos y bienestar entre las distintas clases, es un bien en si mismo.
Su resultado es producto de políticas redistributivas, fundamentalmente tributarias, "que siguen siendo el medio más seguro de tender hacia desigualdades moderadas y aceptables" (p. 98).
"Cuando más se reducen las desigualdades entre las posiciones, más se eleva la igualdad de oportunidades: en efecto, la movilidad social se vuelve mucho más fácil… la movilidad social, que es uno de los indicadores objetivos de la igualdad de oportunidades, es más fuerte en las sociedades más igualitarias" (p. 99).

            La igualdad es relativa y la autonomía de los individuos también. Sin embargo la sociedad en su conjunto resulta ser menos cruel y más digna.
"El destino (familiar o social) que me conduce a devenir obrero no es catastrófico si tengo la suerte de vivir en una sociedad en la que la distancia entre el estatus de los obreros y el de los ejecutivos no es demasiado grande" (p. 104)


En definitiva, el modelo de posiciones permite reducir las desigualdades, mientras que el modelo de igualdad de oportunidades desenmascara las discriminaciones escondidas detrás del orden de las posiciones.
"Es sin duda por esta razón que las clases dirigentes aman tanto la igualdad de oportunidades: saben que siempre podrán arreglárselas con los principios que ellas anuncian. Evidentemente, la igualdad de posiciones amenaza también a los que más tienen reduciendo la distancia que los separa de los otros y sometiéndolos a cargas impositivas más pesadas" (p. 105).


            Consideraciones finales.
La fórmula parecería ser la siguiente: mérito y oportunidades en el marco de una primigenia igualdad de posiciones lograda en virtud de políticas redistributivas.
Indudablemente puede ser discutida. A vuelo de teclado se me ocurren observaciones desde lo que Grosman define como igualdad estructural de oportunidades (que subraya antes que la redistribución, la búsqueda de una igualdad que logre modificar aquellos aspectos que nos impiden competir) que parecería cercana al modelo que el autor denomina de igualdad de oportunidades; o el enfoque de Saldivia, en cuanto a la necesaria contextualización de las categorías a las que las personas pertenecen (bajo la idea de que uno en la vida está atravesado por varias categorías, distintas y simultaneas; somos varias cosas a la vez y pertenecemos a muchos grupos).

            Sin embargo, el aporte está bueno, el libro es conceptualmente claro y, en algún sentido, bastante provocador. Vale la pena.
                A modo de cierre, un último párrafo.
"Desde que nos consideramos como fundamentalmente libres e iguales, la igualdad de posiciones no tiene ninguna superioridad normativa o filosófica sobre la igualdad de oportunidades. En el horizonte de un mundo perfectamente justo, no habría incluso ninguna razón para distinguir entre estos modelos de justicia. Pero en el mundo tal como es, la prioridad dada a la igualdad de posiciones se debe a que ella provoca menos "efectos perversos" que su competidora y, por sobre todo, a que es la condición previa para una igualdad de oportunidades mejor lograda. La igualdad de posiciones acrecienta más la igualdad de oportunidades que muchas políticas que se dirigen directamente a ese objetivo" (p. 113).


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó! Muy buena resumen y exposición del tema!